La personalidad de Arlt merece hoy a la crítica formalista distinta consideración de la que le demostró en vida, pues en aquellos días, a no ser el grupo de literatos amigos que le alentó incondicionalmente, sólo el silencio de zoilos y aristarcos acogió sus primeros libros. Pero Arlt —a pesar de sus temibles “salidas”, de una franqueza brutal— tuvo camaradas leales que vislumbraron sus auténticos méritos. Elias Castelnuovo, que lo conoció en 1924 cuando aún no había llevado al libro sus relatos y era oscuro periodista de provincia, lo recuerda entonces de vitalidad desbordante, apasionado. "Se entusiasmaba —escribe en Valoraciones de Roberto Arlt (El Día, La Plata, 20/IV/1958)— más con las personas que con la literatura. Le interesaba siempre más un hombre que un libro y despreciaba a los escritores que anteponían la función artística a la realidad del arte. En su producción se refleja singularmente esto. O sea: una gran preocupación por las cuestiones de la vida...” En esta cualidad, atisbada tempranamente por Castelnuovo, reside una de las razones de la perduración de Arlt, de la frescura de sus escritos, del estilo inconfundible, de su plena vigencia. Esta es la razón, también, de que los estudios sobre la producción de Arlt recalen casi siempre en el hombre y su contorno antes que en la pormenorización técnico literaria.
NotasMaterial digitalizado en SEDICI gracias a la colaboración del Sr. Alejo Marschoff.
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